« L’acteur a échoué à étayer le sentiment de sa valeur

personnelle et de la signification de son existence.

Il acquiesce à la désertion du sens, plus encore, il renchérit sur elle,

il procède à sa dissolution à une dose plus sensible encore. »[1]

David Le Breton Passions du risque.

Andrea no se preparó su sándwich esa mañana, solo tomó un plátano que tardó largos minutos en cortar y una manzana que se esmeró en partir en pedazos diminutos. Tampoco se llevó comida para la tarde puesto que no tendría tiempo para comerla pero sí dedicó diez o quince minutos en preparar su té de hierbas extrañas.

Le seguía doliendo el estómago por la noche anterior, no podía recordar a qué hora se había levantado ni por qué. Se sentía cansada y un poco ansiosa. Si no salía inmediatamente no alcanzaría el autobús y tendría que esperar largo tiempo antes de poder subirse a uno. A una cuadra de la parada lo vislumbró y corrió tras él, por suerte vive en México y este se para a la mitad de la avenida y espera a la gente que viene corriendo detrás de Andrea.

Nada, el camino pasa frente a sus ojos y no le dice nada. Se acerca a la universidad, el aire acaricia su rostro, el cielo se le hace muy grande y la banqueta demasiado estrecha. No quería ir a clases, llevaba días sin querer hacerlo, solo un tema o dos le eran interesantes pero tenía que asistir a todas ellas de la mañana a la noche. Intentó despejar el vacío de su mente, saludar a todos alegremente pero simplemente no estaba presente.

Dieron las 10:00 y las 12:00 Andrea dormitaba, la voz del profesor hacía un ruido extraño en algún lugar de su mente arrullándola. No importaba lo que decía, nada importaba mucho realmente. Cada que volvía a abrir los ojos redoblaba el cansancio en su interior, por qué se había levantado a la mitad de la noche, por qué no se dispuso a dormir. Le dolía el estómago tenía hambre, pero estaba en clase y no tenía comida, tenía que tomar su té.

Se había prohibido probar bocado ese día que no fuera el desayuno y quizá la cena, debía resistir el resto del día así, costara lo que costara, no podía permitirse un día de descanso. El hambre crecía en el día y la agotaba, pero Andrea había decidido que no flaquearía. La noche anterior había comido todas las galletas, chocolate untable, nueces y golosinas que había encontrado en la cocina. Algo a las tres de la mañana la despertó, llena de ansiedad tuvo que ir a la cocina y una vez ahí perdió la cuenta de lo que metía en su boca, tenía la insaciable necesidad de llenarse. Incluso con el estómago adolorido siguió comiendo, era una imposición hacia su cuerpo, debía aceptarlo todo.

Ese día le repugnaba su cuerpo, le daba asco su presencia, el té era lo único que la hacía sentir ligeramente mejor. Todo era molesto a su alrededor, la gente comía y no dejaba de sentir odio hacia toda su persona por no haber tenido criterio, por dejarse ir, por querer comerlo todo. Y el vacío permanecía en ella, cubierto por una capa de sentimientos oscuros y tristeza. No quería estar ahí, ni en su casa ni en ningún otro lugar, no había donde ir para esconderse del asco y del terror que se daba.

Las horas no pasaban, Andrea debía ser paciente pero eso era lo último que podía ser. No había escapatoria tenía que aguantarse a sí misma, y sobrevivir el día. Como cada día solo debía encargarse de sobrevivir y nada más. Estaba ahí como un bulto.

Llegada la noche Andrea llegó a casa, cansada del mundo, harta de todo. Sus papás estaban en casa pero no tenía ánimo para hablarles. Satisfecha de no haber comido nada en el día se disponía solo a dormir y esperar que esta noche no se despertara a las tres de la mañana. Quería cerrar los ojos y no tener que pensar más en el miedo que le daba saber que si se despertaba a la mitad de la noche no podría controlarlo.

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Chloe Nava


[1] El sujeto fracasó al demostrar el sentimiento de su valor personal y del significado de su existencia. Acepta el abandono de todo sentido, incluso va más allá de esto, busca disolverlo a un nivel aún mayor.