Terminé la carrera de Literatura Latinoamericana. Después de cinco años que parecieron 25 (por una serie de desdoblamientos de mi tiempo interior a los que me dediqué a sobre cargar de significado) puedo decir que estoy feliz con lo que estudié. Y ahora el vértigo de encontrar un trabajo, más trabajo, más dinero…la fórmula parece sencilla.

 Recientemente redescubrí a Pingu, una caricatura que veía cuando iba en primaria, pasaba en un programa para niños del canal once que se llamaba Bizbirije, más o menos a la hora de la comida. Esa caricatura es lo mejor que me pudo haber pasado en estos momentos.

En apenas 25 minutos por capítulo, una salida al lenguaje se vuelve una realidad. Pingu no habla, más bien lo caracteriza una especie de trompetilla que acompaña con el alargamiento de su pico. Este sonido lo hace para demostrar molestia o alegría, indistintamente. Si algo me ha enseñado Pingu en estos días es que, y esto es peligroso para alguien que escribe poesía, las palabras son lo de menos.

En ese pequeño universo la única palabra que tiene sentido es Pingu, ninguna otra articulación del lenguaje es una palabra en específico, apenas y ruidos, gestos, risas, la entonación de un happy birthday esporádico… No quiero llegar al punto donde diga que en mi vida lo único que tiene sentido es mi nombre, por un momento vi esa posibilidad, pero estaría mintiendo. Es más, podría decir que lo que menos sentido tiene para mi a mis veinticuatro años, es precisamente mi nombre. Pero no, no es que no me guste, al contrario, me encanta mi nombre, quizá por ello no me hace sentido.

En fin, sí, amo las palabras, amo el español, y al inglés le tengo un cariño inmenso. Pero ese amor por las palabras se convierte en ocasiones en una necedad porque no falte ningún acento, porque los verbos estén correctamente conjugados… una serie de cosas que en el mundo de Pingu no importan. La familia de Pingu se comunica a través de ruidos y gestos, pero está bastante organizada y las tareas de la casa se reparten muy bien. Pingu y su hermano le hacen bromas a sus papás y pueden reírse de ellos, pero después de eso no faltará quien les dé palmaditas cariñosas en la cabeza. Al parecer el ártico es un lugar lleno de ternura.

Hacen falta más caricaturas como estas, y soy muy fan de Southpark, muy muy fan, tanto que cada vez lo relaciono más a situaciones de la vida real, lo cual me da tantita pena porque hacer eso cambia drásticamente el ritmo de las conversaciones.

No termino la carrera de Literatura Latinoamericana para decirles, lean lean lean, (aunque sí, ya saben, leanleanlean) prefiero decirles que si tienen una cuenta en Netflix vean Pingu,  se van a reír mucho, y por un rato van a dejar de pensar en palabras, y esto es: absolutamente refrescante.

-

Andrea Alzati