“Tres mundos se juntan aquí. El primero, el más antiguo y secreto, es el de los huicholes. De algún modo no aclarado sacralizaron esta parte del lejano desierto y durante dos mil años han hecho su peregrinación en busca del Divino. Ni la conquista, ni las persecuciones del Santo Oficio, ni los cambios del tiempo lograron alterar, en su esencia, la significación espiritual del viaje.”

Fernando Benítez, un importante antropólogo, escritor, historiador y recopilador de las tradiciones indígenas del país, escribió una serie titulada Los Indios de México. Uno de los tomos de esa Antología está dedicado a los huicholes. Y dentro de ese tomo, en un capítulo, se narra la crónica del viaje que Fernando Benítez realizó con los huicholes, desde Zacatecas hasta el país de Viricota, en San Luís Potosí.

 La crónica me parece muy buena por varias razones. Principalmente porque Fernando Benítez no ve a los indios en una posición de subordinación. No comete el error de quien que juzga, siempre desde sus propios criterios, como incivilizados o irracionales o amorales, y por ello inferiores. Más bien, admite que él mismo es resultado de una cultura específica, en este caso ajena, y que por lo tanto no puede, nunca, dejar de lado la lógica con la que él construye su mundo. Sabe que no puede salir de sus límites lingüísticos. Sabe que por más empático y objetivo que trate de ser, no puede nunca pensar en cabeza ajena y mucho menos pensar como huichol.

Desde esta actitud asumida de imposibilidad, Fernando Benítez interpreta los modos de vida y las prácticas sociales de los huicholes, con una grandiosa descripción narrativa de los rituales, los comportamientos, las formas lingüísticas, las vestimentas, las ofrendas, los paisajes del desierto, con huizaches y mezquites, yucas y biznagas, con océanos de montañas calizas, con zopilotes meciéndose en el cielo; un desierto donde el tiempo se suprime y se escucha el ruido del silencio.

Para poder realizar la peregrinación anual hasta Viricota, tierra sagrada donde nació el sol, los huicholes llevan a cabo un ritual de purificación. Piden al fuego, un dios vivo, que los guíe y acompañe. Hacen limpias corporales con ramas de mezquite; limpian sus huaraches para alejar a los alacranes, a las serpientes y a los demonios del desierto. Y para redimirse de sus culpas llevan a cabo una ceremonia colectiva en la que, de manera sincera, se derrotan y confiesan que han pecado. Confiesan todas las veces que han cometido la que para ellos es la única culpa: el deseo, el roce, las miradas o los encuentros con la carne. Por cada pecado que han cometido se hace un nudo en una cuerda y después de que todos los peyoteros (quienes harán el recorrido) han confesado sus pecados, ésta es quemada, para que sea el dios fuego quien decida si el huichol ha dicho o no la verdad.

Es interesante que a diferencia de la cultura occidental, en la cual también el deseo carnal ajeno es considerado una infidelidad, sobre todo si se trata de una acto sexual fuera del matrimonio, los huicholes confiesan públicamente todos sus pecados, no viven con ellos en secreto. La confesión es un sacrificio necesario para la purificación del huichol, pero también para toda la comunidad. Y aunque el acto de confesión pueda hacer salir a la luz las infidelidades que ha tenido con la mujer de alguno de sus compañeros, se hace para sacralizar al huichol y a la peregrinación; el ofendido y el ofensor ponen de lado los agravios cometidos y aceptan que la confesión es más importante que el acto de infidelidad mismo.

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No podemos saber qué es lo que los huicholes experimentan al comer el jícuri y someterse a los efectos de la mezcalina, no se puede saber cómo es el “viaje” de los huicholes. No se puede saber si el Venado Azul, que es parte fundamental de su trilogía divina de peyote-venado-maíz, aparece en el fuego o en el viento. Lo que Fernando Benítez dice es que el ritual no es similar a lo que podría ser un viaje en LSD o mezcalina, que hace alguien que pertenece a una cultura occidental: de introspección individual, de ruptura del yo o de la disolución de los límites lógicos y demarcados entre el mundo y la mente. Más bien el ritual adquiere un carácter colectivo, en el que apenas hay una transformación psicológica del huichol, y lo primordial es la asociación religiosa: hay una unidad de los peyoteros como grupo hacia con el mundo.

Si los huicholes ven el Venado Azul cuando emprenden la cacería del dios Peyote, puede ser que de hecho sí vean un venado azul. Es muy fácil juzgar a alguien como ignorante porque no piensa desde una lógica científica. Pero la magia y la religión son sistemas de conocimiento que permiten explicar la existencia, aprender el mundo y significarlo, y entonces puede haber lógicas acientíficas pero racionales. Dentro de la lógica de los huicholes el mundo hace sentido si el Venado Azul aparece. Y todo aquel que no se piense y se sienta huichol nunca va a saber si de hecho se ve o no el Venado Azul. Ellos, los huicholes, dirán que sí. Un biólogo con título universitario dirá que los venados azules no existen. ¿Pero quién tiene razón? ¿Nosotros que somos científicamente correctos y decimos saber que el agua está compuesta de átomos de hidrógeno y de oxígeno? Quizá ninguno tiene razón por encima del otro, quizá sean racionalidades distintas. Y por tanto no es una pregunta que pueda responderse con una respuesta sencilla, de sí o no, de ellos o nosotros.

En mi opinión, si existe el Venado Azul, existe y es real porque los huicholes piensan en él. Si los huicholes perciben un cambio en la realidad, este cambio, cualquiera que sea, realmente tiene sentido; el mundo que el huichol conoce hace sentido porque aparece el Venado Azul. Y porque piensan y ven el Venado Azul, los huicholes emprenden la peregrinación a Viricota, trotando con los brazos cruzados sobre el pecho, como saltamontes cruzando los paisajes desolados del desierto, calzados con huaraches hechos de llanta, vestidos con ropas viejas, con sombreros emplumados, cargados con morrales y bules y cestas llenas de velas y plumas de guajolotes. Y cantan, cantan borrachos en peyote, le cantan a las luces de la noche del desierto, le cantan a los cerros que hablan.

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 Peter Winch, un sociólogo británico, escribió un libro titulado Comprender a una sociedad primitiva. Algo de lo que ahí se dice viene a cuento con esto. Winch dice: “No es la realidad lo que dota de sentido al lenguaje. Lo real y lo irreal se muestra en el sentido que el lenguaje tiene.” Si se siguen sus ideas se puede decir que es fundamental comprender la concepción de la realidad, pero los conceptos sólo pueden ser interpretados en el contexto del modo de vida en el que son utilizados. Toda sociedad que tiene lenguaje, tiene racionalidad, que se construye en colectivo y que es resultado de interacción social de sujetos. Los conceptos con los que construimos la realidad no tienen una carga neutral, se imponen como un filtro a la hora de percibir el mundo. Si los huicholes, en su lenguaje, tienen categorías y conceptos causales distintos de los nuestros, entonces en su mundo, en su realidad, las cosas suceden por otras razones.

Toda cultura proporciona las condiciones para hacer sentido a la existencia, para poder significar la vida humana y aprender el mundo. Las normas lógicas del lenguaje se nos imponen a todos. La magia y la religión, como la ciencia, son discursos y narrativas y prácticas que son coherentes dentro de su propia lógica. Las palabras están impregnadas en la materia gris de nuestro cerebro y no podemos deshacernos de ellas.

La pregunta, creo, sería ¿con qué criterios afirmamos que lo que decimos es racional frente a lo que afirma el otro? Si compartimos con esa persona una cultura y un lenguaje, quizá podemos hacerlo. Pero si se trata de otra lógica, de una psicología completamente distinta, de otra forma de concebir el mundo, se trata de otra racionalidad. Si los huicholes tienen sus propios criterios para entender la existencia en el mundo, merecen ser reconocidos en diferencias iguales y merecen un derecho de autonomía que sea auténticamente ejercido. No se debiera establecer una relación de subordinación desde una cultura a otra cultura ni desde el pensamiento científico occidental hacia otras racionalidades.

Si la ciencia, en su poder de generar verdad, también hace inexistentes y denomina ignorantes a otras formas de conocimientos (saberes tradicionales, mágicos, religiosos, artísticos), puede preguntarse… ¿Bajo qué parámetros éticos, políticos o morales la ciencia rechaza otros sistemas de conocimientos? ¿Se rechazan porque son improductivos en términos económicos? ¿Cómo están relacionadas la lógica del capitalismo y la lógica del pensamiento científico occidental? ¿El rechazo a otras racionalidades y sistemas de conocimiento es una forma de injusticia social? ¿Es parcial la concepción occidental del mundo?

Diego Puig

Benítez, Fernando, Los Indios de México, Tomo II: Los huicholes, México, Editorial Era, 1999, 604p.