Suele suceder, y este es un tema muy toqueteado, que cuando la técnica permite al arte hacer las cosas de una manera diferente los “viejos”, los necios, las otras generaciones, o como los quieran llamar, alzan la voz en contra de estas nuevas técnicas. Entonces el arte se ve sonsacado por una discusión sobre la técnica que detiene su avance (si es que algo así existe) y lo enfrasca en un lamentable enfrentamiento entre los “adoradores de la herramienta”. Y mientras tanto, escondidos detrás de esa lucha, los creadores siguen creando con las herramientas que ellos chingados quieren. Y así llegan las obras maestras del video, con los daneses del Dogma 95, y llegan las obras maestras del CD, y nos arrancan lágrimas y verdades con el cine digital.

Y mientras la gente discute sobre el internet como distribuidor de medios, casi todos en total acuerdo de sus ventajas, los creadores de televisión aprovechan un espacio para revolucionar el Sitcom.

Arrested Development, y ya muchos conocen esta historia, puso sus toneladas de granitos de arena para revolucionar la comedia en la televisión. Su narrativa, antepuesta a cualquier tipo de glorificación de la técnica, era algo completamente nuevo. El humor situacional se convirtió en una vertiginosa proporción de chistes por minuto que no se veía desde los Blazzing Saddles de Mel Brooks y los Naked Guns de David Zucker. Pero ahora los chistes no eran entidades independientes, aisladas de la historia, los chistes no están ahí para dar risa, están ahí para desarrollar personajes y empujar historias. El trabajo creativo era revolucionario para el medio televisivo.

Y lo conceptual del asunto fue la pala con la que cavaron su tumba. En 2006, tras tres temporadas flotando, FOX decidió mandarlos a aguas internacionales y cancelar la tercera temporada en un esfuerzo torpe que, como debía de ser, resultaba la más sensata decisión de negocios.

Pasan siete años, y como todo lo bueno que no pegó la primera vez, se vuelve de culto. Crece el cuerpo de fanáticos que la ven en internet por recomendaciones en internet. Y los nuevos medios de distribución huelen ese éxito y deciden dar ese clavado tan arriesgado a la piscina del dinero.

Siete años después pasa lo que no había pasado con una serie de televisión en la historia de la humanidad. Renace de sus cenizas con distribución por Netflix. Todos los capítulos se suben al servidor para verlos en una sentada, o en cien. Completamente legal. Mitch Hurwitz, creador de la serie, toma este nuevo medio y crea algo específicamente para él. Son episodios que se tienen que ver más de una vez, de golpe, en orden o en desorden. La narrativa no es necesariamente lineal. Hay chistes que se construyen en tres capítulos y encuentran su punchline en el momento que menos te lo esperas. Son maestros, genios del buildup.

Hay chistes que van al revés, cosas que no entiendes hasta seis episodios después. Cosas que pasan desapercibidas a menos que vuelvas. Chistes que nunca entenderemos. Chistes encima de chistes, chistes a costa de chistes, una densidad cómica abrumadora. Una comedia que demanda sumersión total. Una comedia que no premia a los que se ponen a ver televisión para “colgar el cerebro”.

Es una orgía de la comedia. Inentendible. Personajes que se construyen no solo en un arco como en la televisión tradicional. Se construyen con piezas. Desarticulado sin nunca perder su motor. Como el mismo universo: caótico pero completamente ordenado. Una revolución está sucediendo en el medio y tenemos dos opciones: atrasarla, siguiendo con las mismas regurgitaciones de personajes de una dimensión; o aceptarla como la especie-humana-con-potencial-para-convertirse-en-conciencia-universal que somos.

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Jose L. Isoard