La Revolución Bolchevique sólo había sido el principio de la revolución mundial del proletariado. Al menos así lo creía Lenin, quien sabía que la Revolución de Octubre sólo sería realmente fructífera si otros países europeos, sobre todo Alemania, también lograban el cambio político hacia el socialismo. De esta forma sería posible crear una red internacional, que les permitiera ayudarse mutuamente. La revolución sólo pudo triunfar en Rusia gracias a sus condiciones sociales y a su atraso en la industrialización de su economía. Fueron estas características las que le permitieron su triunfo, y al menos de que la revolución lograse una unificación y un apoyo internacional estaba destinada a perecer. Por eso Lenin siempre intentó que en Alemania se siguiera el modelo de la Revolución de Octubre. Tal era el grado de importancia que Lenin daba a Alemania, que incluso la Internacional Comunista se oficializó en lenguaje alemán y no ruso.

Sin embargo, aunado a los fracasos de los movimientos obreros alemanes, la muerte de Lenin en 1924 dejaría al Estado soviético en una crisis de incertidumbre y sin ningún proyecto concreto. Lenin ya había tenido que recurrir a un Nuevo Plan Económico para sacar a la economía de crisis. Y su muerte dio inicio a un periodo de pugnas políticas que terminó por llevar a Stalin al poder absoluto para 1929.

Una vez consolidado en el poder Stalin tomó la primera decisión de cambiar el carácter de la revolución socialista. Consciente de la difícil situación de la economía y el atraso en sus capacidades productivas, Stalin eliminó el carácter internacional de la revolución y lo hizo sólo nacional. Ahora, el triunfo de la revolución socialista no dependía de lo que los demás países o proletarios hicieran o dejarán de hacer; en cambio, la revolución debía de realizarse con un fin: construir el socialismo dentro de la URSS. Construir el socialismo en un solo país.

Esta nueva tendencia de Stalin, de engrandecer la imagen de la URSS como la única nación capaz de llevar a cabo la revolución socialista, no sólo deja de lado el carácter mundial de la revolución de Lenin, además se tradujo en una forma de nacionalismo exacerbado que rechazó a las demás formas de gobierno con desagrado y represión. Stalin se inclinó por un chauvinismo que le permitió identificar las fuerzas y opiniones políticas dentro de un mismo partido totalitario.

Las nuevas políticas de Stalin se dedicaron a eliminar las distintas formas nacionalistas dentro de la URSS; de involucrar a todos en un mismo proyecto: la construcción del socialismo; y de integrar a las distintas opiniones de la aristocracia en el nuevo sistema de gobierno. Stalin dejó de hacer referencia a la historia soviética y al triunfo leninista, y en cambio hizo de su partido, el Partido Comunista, una herramienta fundamental del Estado. La aparición de esta nueva forma de Estado-partido provocó que el gobierno pasara a tener ciertas semejanzas con sectas religiosas. Además, para lograr consolidar su hegemonía y poder, utilizó la fuerza física, el terror y el autoritarismo. Su nuevo gobierno no invocó a la revolución de Lenin y mucho menos al carácter universal de la revolución proletaria. Más bien, su nuevo gobierno deshizo la revolución de Octubre.

El poder de Stalin fue total, controlaba al gobierno y al Estado, pero también a todas las fuerzas políticas opositoras. Stalin y sus métodos de terror fueron una forma inédita de control político en la historia. Logró generar un odio profundo hacia los enemigos del Estado, logró implantar los kulaks y, además, se apoyó en la propaganda para engrandecer la imagen del Estado: enaltecer al socialista que construía al socialismo y denigrar y estigmatizar al enemigo. El nuevo gobierno no sólo dejó de ser autocrítico, también se encargó de dejar de ser crítico con el capitalismo. Pasó a ser un socialismo antidemocrático y autoritario que más bien pareciera el primer fascismo. En esta forma inédita de política y su control totalitario, Hitler encontraría objetos de admiración.

Con la muerte de Stalin, en 1953, salieron a la luz los registros y los testimonios de quienes habían sufrido las acciones represivas y violentas del régimen. Aquí es donde empieza esta historia.

Varlam Shalámov fue un poeta y escritor ruso que desde joven fue crítico del régimen estalinista y sus políticas autoritarias. Su oposición y crítica, su apoyo al socialismo de Lenin y no al de Stalin, lo convirtieron en objeto de múltiples condenas y arrestos. En los años 40 fue trasladado a un kulak. Los Relatos de Kolymá son testimonios de lo vivido en el campo de trabajo. Kolymá está en el fin de Siberia, a más de 6mil kilómetros de Moscú.

El kulak es el recinto de la muerte. Todos los que están ahí son enemigos del pueblo y de la revolución, todos cargan con la maldición del artículo escrito en un código penal que les ha impuesto esta condición de hambre. Alguno fue denunciado por su esposa y como por arte de magia desapareció y fue llevado hasta ahí. Ahí donde los hombres son faltos de deseos y de vida; donde no tienen fuerzas para sentir y pensar es un dolor. Ahí donde los poetas viven muriendo y aún así recuerdan que la vida es inspiración para crear belleza. Donde algunos hacen cartas de póker con las páginas de una novela y juegan entre todos al engaño para terminar por perder sus objetos más valiosos: su almohada, su camisa.

Hay quienes ya no son capaces de pensar. Ya no controlan ni sus juicios ni su acción. Viven de hambre. Se mueven en la noche utilizando un instinto animal que les permite trasladarse en la obscuridad, pero que sólo nace en estas circunstancias donde la supervivencia y el hambre son los únicos pensamientos. Hay quienes incluso han olvidado la vida. Su espíritu vive preso de la locura del hambre y el frío calado en los huesos. El frío que congela el alma y los sentimientos, al cerebro y a los pensamientos. Un frío que sólo los hace esperar la muerte.

Ahí los hombres se hacen hombres no por un poder divino o su capacidad transformadora, se hacen hombres porque son capaces de someter su ser espiritual al dominio de su ser físico. Le someten al trabajo de cortar árboles sobre la nieve esponjosa que se traga las piernas al caminar, mientras el hambre atrasada desde hace meses se revuelve en el estómago. Y ambos, el espíritu y el cuerpo, llegan a la conclusión de que la vida no tiene sentido. De nada sirve seguir vivo en esas condiciones de sopas frías y aguadas, de efímeras rebanadas de pan, de indiferencia al destino y a la suerte; donde uno ha dejado de creer, temer y pedir, donde el mayor tormento es soñar con barras de pan y caldos humeantes, y el mayor milagro es una sopa espesa.

Ahí, donde uno añora la soledad y la recibe con alegría porque estar en compañía es encontrar el rostro de la muerte. La muerte no es peor que la vida. La vida es una suerte de alegrías y desgracias, de éxitos y fracasos, y en Kolymá no importa si los fracasos superan a los éxitos o si la verdad se impone sobre la mentira.

¿Y qué significa salir de allí? Volver a casa sería imposible. El que vuelve ha vivido noches de hambre y odio; jornadas de pesado e interminable trabajo; aguas heladas y fríos invernales; golpes e insultos de autoridad. El que vuelve comprende que la desgracia y la miseria nunca serán verdaderas si existe alguna amistad con la que compartirlas. En la desgracia y la miseria uno se encuentra en soledad. Se descubre que uno está solo e inerte ante la muerte; que uno sólo depende de la resistencia frente a la muerte, que mata de hambre y que los hace a todos tener el mismo sueño de locura.

Existe hoy el debate sobre si Stalin fue peor que Hitler y sobre por qué entonces la historia no le juzga igual, con el mismo rencor y resentimiento. Yo no sé quién fue peor. Lo que sí pienso es que cuando Marx escribió sobre hombres libremente socializados, no creo que haya pensado ni en Stalin ni en esa URSS.

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Diego Puig