It’s like in the great stories Mr. Frodo, the ones that really mattered. Full of darkness and danger they were, and sometimes you didn’t want to know the end because how could the end be happy? How could the world go back to the way it was when so much bad had happened? But in the end it’s only a passing thing this shadow, even darkness must pass. A new day will come, and when the sun shines it’ll shine out the clearer. Those were the stories that stayed with you, that meant something even if you were too small to understand why. But I think Mr. Frodo, I do understand, I know now folk in those stories had lots of chances of turning back, only they didn’t. They kept going because they were holding on to something…. That there’s some good in the world, Mr. Frodo, and it’s worth fighting for.

-       Samwise, en “Las dos torres” (2003)

Una de las palabras más mal utilizadas en el internet es épico/épica. No me importa tanto cuando la gente malutiliza palabras como literal o genio, pero maldita sea cómo odio que abusen de la palabra épico. Y no malutilizo nada cuando digo que la malutilización de la palabra épico me entristece profundamente. Una palabra tan importante para la experiencia humana, para cualquier cultura, para todos y cada uno de nosotros que aún tenemos la hermosa capacidad de ser conmovidos.

La palabra épico la inventaron para describir los grandes relatos, esos relatos que no cabían en una anécdota, o en un post de Facebook. Grandes aventuras de grandes héroes que, como en el epígrafe, nos remiten a un punto crítico del sacrificio humano, del altruismo del héroe, que no es héroe por la gloria que vendrá sino por el hecho de proponerse salvar algo, tal vez un final feliz, a cambio de un gran riesgo, el riesgo de perderse a sí mismo, el riesgo de morir, el riesgo de ser olvidados. Porque hay grandes héroes de los que nunca sabremos nada porque cayeron en un barranco y se quedaron ahí. Porque su barco los llevó al fondo del mar. Porque su fuerza no fue suficiente para vencer al dragón.

Y esas historias no llegan todos los días. Pocos son los que saben encontrar esa fibra humana de la que nacen esas grandes sensibilidades. Pocos son los que tienen la fuerza para encontrar esa oscuridad y vencerla. Porque escribir una aventura de ése tamaño viene acompañada de una propia aventura contra uno mismo. Esa aventura dolorosa y penetrante de saber que cualquier empresa tiene integrada en ella misma su propio fracaso.

Menos espera uno encontrarse con la narración más épica de nuestros tiempos en un animé de Nickelodeon. En muchos lugares buscaría uno antes. Libros de magos para niños tal vez. Películas de superhéroes. Comics. Largometrajes de Hayao Miyasaki. Canciones de Arcade Fire. No. Paren de buscar hermanos, que la hemos encontrado (no paren de buscar por favor, pero sepan que hemos encontrado).

Avatar, la serie de animé para niños, es lo mejor que le ha pasado al entretenimiento infantil. Por fin contenido infantil que no asume que los niños son unos pendejos y toca los temas como deben de ser tocados. Una caricatura donde los personajes maduran, donde les cuesta aprender sus lecciones, donde dejan brotar sus miedos.

Hace un par semana salieron los dos mejores episodios de televisión animada que yo haya visto. La historia de un niño que se encuentra en la posición de abandonar una vida simple para ponerse a cuesta el balance de la luz y oscuridad en el universo. Un héroe que hace todo por mantener la paz, la armonía. Y que ultimadamente fracasa, pero en su muerte hay esperanza. Con su muerte aprendemos que la luz siempre estará ahí. La oscuridad también, pero ese es el punto. La luz no tiene sentido si no tiene una oscuridad donde brillar.

Y así siempre. Podemos dormir tranquilos sabiendo que siempre habrá héroes si estamos dispuestos a arriesgar nuestra propia vida para serlo nosotros. No tenemos que tomar un rifle e irnos a Somalia. Sabiendo que vamos a morir, usar nuestro poco tiempo no para recibir placer, sino para hacer del lugar en donde estamos un lugar mejor. Ese es el sacrificio que nos tratan de enseñar esas historias épicas. Y sí, nos tenemos que someter a ellas para recordarlo de vez en cuando.

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Jose L. Isoard