“Windom Earle: Your name, please?

Major Briggs: Garland Briggs.

Windom Earle: Garland, what do you fear most… in the world?

Major Briggs: The possibility that love is not enough.”

Twin Peaks – Temporada 2, Episodio 20

 

Siguen una serie de declaraciones mías sin fundamento: Pocas veces las cosas que te atrapan en un oscuro, misterioso y asfixiado rincón, agazapado y sin salida, logran llegar conmoverte totalmente. Cuando algo nos despierta sensaciones de miedo, confusión y angustia, la redención es una cosa difícil de digerir. Hay dos espacios en este mundo, espacios que tal vez están en un plano que nos trasciende, tal vez. Espacios que encontramos en cada uno de nosotros. Y esos espacios son los del miedo y los del amor. La redención es una cosa que está, en sus últimos alcances, condenada al fracaso. Todos vamos a morir, y nuestra trascendencia en el universo se reducirá a un polvo en constante degradación. Ese es un tema para revolcar durante vidas enteras a todas las mentes humanas. Y aun así hay un espacio en nosotros que busca que el amor llegue más lejos. Es por eso que funciona Twin Peaks.

Un pueblo pequeño, donde hasta las ambiciones más grandes resultan mundanas. Un asesinato, simple. Motivaciones para matar a Laura Palmer tienen todos, y en cada escena nos presentan nueva información. Giros de ciento ochenta grados da la historia más de ciento ochenta veces. Si existe algo así como la aritmética de la estructura de una historia, Twin Peaks necesita teoría de cuerdas, física cuántica y relatividad para explicar las espirales que forman su plot.

Otra vez me dejé llevar. Un poco de contexto para los que gustan roer ese tipo de huesos. Twin Peaks es una serie de televisión de 1990 creada por Mark Frost y David Lynch. La premisa es simple: el agente especial Dale Cooper del FBI es enviado al pueblo de Twin Peaks para responder una simple pregunta… ¿Quién mató a Laura Palmer? ¿Por qué mataron a la reina del bachillerato local?

Si y ya sé que van a decir. Que barato. Un plot más que se agarra del “quien es el asesino?”. Créanme, sé por experiencia personal lo barato que puede ser eso (estoy haciendo una película usando ese viejo truco). Pero escúchenme… este tipo de historias funcionan cuando tienen algo que decir, y Twin Peaks tiene mucho mucho que decir. El misterio del asesinato es su manera de asegurar nuestra atención, de agarrarnos del cogote para destruirnos con temas e ideas que pocos saben poner en nuestra alma de esa manera.

Este es el lienzo donde se pinta una de las más interesantes alegorías de la lucha entre dos polos opuestos: el bien y el mal, la trascendencia y el olvido, el amor y el miedo. Una lucha que como animales racionales tenemos perdida, pero que como seres conscientes nunca perdemos una esperanza. Y aun así, como el mayor Garland Briggs articula en la serie y en el epígrafe, el miedo a que el amor no sea suficiente es lo único que nos pisa la cola a todos hasta el día que morimos.

Esta historia empieza siguiendo pistas, estudiando cadáveres, interrogación, en fin, los métodos de un investigador racional. El agente especial Dale Cooper es un hombre de ciencias, un detective chapado a la antigua. Hasta que descubrimos su fascinación con lo cotidiano, y en consecuencia, lo trascendental de lo cotidiano. Y la transición es tan lenta, tan delicada, tan gradual que la aceptamos completamente. La razón nunca deja de jugar su parte, no… sólo que ahora lo hace al servicio de las emociones, el bien, el amor y el miedo. No se trata de buscar una respuesta, sino de sentirla. La narrativa pasa de un thriller tradicional, sumergiéndose en locura, sensaciones y un absurdo que resulta completamente lógico en el mundo donde el miedo y el amor son los únicos paradigmas válidos.

Si lo único que logras sacar de este texto, querido lector, es un confuso entusiasmo inentendible por parte del autor, es porque no te has sometido a las dos casi totalmente solidas temporadas de Twin Peaks. Ve, ahora, sométete y regresa. La conclusión de cada quien da igual. Lo importante es el tiempo en el cuarto de espera.

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Jose L. Isoard