Chloe N.

“La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento.[...]Cada persona posee una inviolabilidad fundada en la justicia que ni siquiera el bienestar de la sociedad en conjunto puede atropellar.[...] Por tanto, en una sociedad justa, las libertades de la igualdad de ciudadanía se dan por establecidas definitivamente; los derechos asegurados por la justicia no están sujetos a regateos políticos ni al cálculo de intereses sociales.”

John Rawls, La Teoría de la justicia

En estas dos semanas he visitado más sitios arqueológicos de los que había visitado en los últimos seis meses. Y eso me parece sorprendente ya que la Ciudad de México se encuentra rodeada de estos. Es más, no solo nos rodean, sino que en la misma ciudad tenemos vestigios de diversos centros políticos y de culto de nuestros antepasados. No sé porqué no voy más seguido a esos lugares, quizá es la falta de tiempo, el tránsito, el cansancio, no lo sé, pero debería hacer algo al respecto.

Soy de las que visitan el museo de antropología mínimo una vez al año, cada año, desde que cumplí 15. Pero no me he convertido en ninguna experta en historia por eso. Simplemente me gusta observar lo que sabían y les gustaba hacer, me gusta imaginar qué haría yo con esos objetos sin pretender nada más.

La idea de visitar ruinas a muchos les parece extraña, a menudo se encuentran en lugares llenos de vegetación exuberante y con gran cantidad de insectos. El calor, las picaduras de mosquitos, el sol intenso, la gran cantidad de escalones que hay que subir, entre otros, son elementos considerados desagradables, excepto si nos gusta imaginar cómo era el lugar hace 500, 600, 700 años o más. La curiosidad en algunos casos puede dejar de lado todos los inconvenientes y concentrarse exclusivamente en la belleza que se encuentra a su alrededor.

Ambas ciudades fueron símbolos de poder y prosperidad, Xochicalco surge tras la caída de Teotihuacán y de otras ciudades afectadas por su declive. La gente que construyó, habitó y gobernó Xochicalco venía de varios lugares. Desde la arquitectura puede verse el eclecticismo que rigió a lo largo de su existencia. Las pirámides ubicadas en medio de las montañas del estado de Morelos están decoradas por estrellas de mar y conchas. Mantenían estrechas relaciones con Taxco, Tabasco, Guerrero, Veracruz, Oaxaca, Puebla entre otros, esas rutas comerciales daban paso a una gran diversidad de materiales que no poseían.

El éxito tanto de Teotihuacán como de Xochicalco no estaba en la riqueza de sus recursos naturales. Sino en su fuerza política y religiosa. Su habilidad mercantil se muestra por sí misma, los productos que pasaban por sus mercados eran señal de la prosperidad de sus relaciones y la grandeza de sus edificios del trabajo de su gente.

Soy capaz de olvidar todos los malestares físicos simplemente por el gusto de imaginar y tratar de entender cómo era la vida ahí y cómo yo hubiera vivido en ese mundo. No creo que hayan sido muy distintos a nosotros. Vivían en una polis, tenían un sistema político, económico, educativo y religioso. Existían curanderos y carceleros. Casas para gente deforme y lugares de reunión para los ricos y poderosos. Existían las jerarquías y no podías hacer algo fuera de la posición que te había sido designada junto con tu familia.

Cualquiera podría creer que todo lo anterior es injusto, pero siguen existiendo lugares que explícitamente funcionan así y no todos sus habitantes parecen pensar lo mismo. La injusticia o la justicia, comparada con nuestros estándares de “bueno y malo” me parece un tema inútil de abordar. A simple vista no sé si los habitantes de Teotihuacán o Xochicalco fueron bárbaros, ni si siguieron un sistema político y social injusto.

Xochicalco creció con bastante rapidez, mostrando quien había retomado el poder que tras la caída de Teotihuacán todos se peleaban. Se erigió no solo como centro político, sino religioso y es este último punto en el que se debe prestar atención. Los habitantes del lugar vivían por y para la religión, acataban las reglas impuestas por el o los gobernantes porque era parte de lo que sus dioses querían. Esto también causa cierto revuelo entre las mentes contemporáneas: un sistema político sumido bajo la religión rara vez puede buscar proteger una justicia que la segunda no apruebe. Pero este no es un artículo de filosofía política, son solo observaciones mías.

Esto funcionó por largo tiempo, pero un buen día, de acuerdo con la información del museo de Xochicalco, los habitantes se cansaron de obedecer a sus gobernantes. Ellos quienes parecían satisfechos con la vida que llevaban ahí mostraron su descontento ante los gobernantes. Las razones exactas son difíciles de dar, pero no me cuesta trabajo pensar que sus necesidades básicas dejaban de ser cubiertas, el poder político sacrificaba algunos derechos y libertades de su gente para su propio beneficio. Esas son especulaciones, sin embargo, parece cierto que la gente del lugar empezó a perder fe en sus dioses, estos no estaban ahí para protegerlos. Sentían el abandono de todos sus dioses lo que hacía innecesario seguir obedeciendo a gobernantes que no les satisfacían.

La gran ciudad empezó a decaer, sus habitantes desertaron el lugar por razones, que de acuerdo con mi engañoso sentido común, cualquiera podría entender. Xochicalco me impresionó y eso que no sé nada aún de su historia ni de su gente. No creo que estemos tan alejados de ellos y no solo porque comemos maíz o frijoles o porque genes indígenas siguen corriendo por la sangre de los mexicanos, sino porque al ver nuestros derechos y libertades en riesgo también expresamos nuestro descontento ante quienes nos gobiernan, porque buscamos cierta justicia, sea como sea la forma en la que se dé.

Me sentí bien ahí, contenta con la humanidad y el mundo entero. Esas ruinas me dieron un sentimiento de esperanza, su grandeza es la misma a pesar del odio que sintieron sus habitantes por él.

Y ahora que les he dicho todo esto solo quiero que piensen en las iniciativas de las mineras Canadienses para extraer oro en las montañas aledañas al sitio. Intento ponerme en la mente de los dirigentes de Teotihuacán o Xochicalco si una situación similar se les hubiera presentado. Pienso que si hubieran considerado valiosa la ciudad abandonada en peligro no se hubieran arriesgado en destruirla, quizá por temor a sus dioses, quizá por respeto a su memoria o ambos.

Nosotros no tememos el castigo divino por destruir templos a Quetzalcóatl, pero tenemos algo que nos gusta llamar identidad nacional. Puestos sobre la balanza, qué vale más, el dinero de las mineras canadienses o el relato inspirador que dejaron sin querer nuestros antepasados.