Un intento por mezclar las ideas de una novela filosófica escrita por Albert Camus (uno de los denominados escritores existencialistas franceses), con las ideas de una conferencia pronunciada por Jean Paul Sartre (uno de los denominados filósofos existencialistas franceses).

La primera parte de la novela comienza y termina con un acto de muerte. El personaje principal, Meursault, recibe del asilo para ancianos en el que su madre había vivido desde hacía tiempo, la notificación de que ella ha muerto. Pide permiso en el trabajo para ausentarse unos días. Y después de llegar hasta el asilo y de entrar en una sala que era iluminada por una luz blanca que no podía atenuarse y que cegaba la mirada, después de nunca ver el cuerpo de su madre y de no derramar ninguna lágrima, después de tomar café con el portero y los demás ancianos del asilo (a quienes el cuerpo de su madre parecía no importarles en verdad),  después de pasar una noche de insomnio en la misma sala con los mismos ancianos y con el mismo portero, después, enterraron a su madre. En un día espléndido, con el cielo lleno de sol. Un féretro negro enterrado en tierra color sangre. En un día de paisajes deprimentes e inhumanos.

Después del entierro y de su regreso, al día siguiente, a la ciudad de Argel, después de afeitarse por la mañana, Meursault decide ir a nadar en el mar. Y en el muelle se encuentra con una amiga suya: María, con quien había trabajado alguna vez y por la que alguna vez se había sentido atraído.  Después de nadar con ella y de rozar sus pechos, de recargar la cabeza en su vientre y sentir el cielo en la cara y el palpitar del vientre en la nuca, después de invitarla al cine y de ir a ver una película de comedia, y de reír en el cine y de besarla en el cine, después, la invitó a su casa e hicieron el amor.

Pasaron algunos días. Meursault vive en el departamento de un edificio ubicado en el centro de un barrio. Convive con dos de sus vecinos. Un anciano que vive solo y con su perro (al cual saca todos los días a pasear por el mismo lugar), que tiene las manos sarnosas y que vive para odiar a su perro y sentir el temor que éste tiene hacia él. Otro, Raimundo, es más o menos su amigo. María lo visita algunas veces, pasean por la ciudad y ríen cuando él le cuenta la historia del vecino Salamano y su perro. Y Meursault vuelve al trabajo y piensa que la muerte de su madre era algo que tarde o temprano tenía que llegar.

Pero un día domingo, Meursault decide ir a la playa con María y Raimundo. Y en la playa encuentran a unos hombres árabes con los que Raimundo había tenido algún problema, y que parecían odiarle. Pelean contra ellos y Raimundo recibe una puñalada en el brazo y la boca. Después de que Raimundo es llevado al hospital, Meursault vuelve solo a la playa, hasta el lugar donde antes estaban los hombres árabes, y apunta el revolver de Raimundo hacia quien había apuñalado el brazo y la boca. Y asesina a un hombre árabe en la playa africana, bajo un sol abrasador que le hinchaba la frente, sintiendo el sudor salado en los ojos, cegado por el reflejo de la luz que se rompía en la daga. Pero no sólo lo asesina: dispara una vez y luego, después de unos segundos, dispara cuatro veces sobre el cuerpo inerte. Toca cuatro veces sobre la puerta de la desgracia.

 

Segunda Parte.

Meursault es arrestado. Es llevado hasta el sistema jurídico francés, y rechaza elegir un abogado. Considera que es mejor que la justicia se encargue de esos asuntos, y se le asigna un abogado de oficio. Un señor bajo y compacto que viste, a pesar del calor, de traje y una extraña corbata con rayas blancas y negras. Que le dice que con su ayuda, con el amor de Dios, y con algo de suerte podrán ganar la sentencia y que sólo tendrá que cumplir algún tiempo de cárcel o trabajos forzados.

Antes de empezar su proceso jurídico, Meursault recuerda que ha matado a un hombre, pero él se siente como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo. Le es difícil acostumbrarse a la idea de que él es un criminal.

Durante  el juicio siempre se habla más de él, que del crimen que cometió. Se le acusa de haber actuado con insensibilidad. Se le acusa de no haber derramado lágrimas durante el entierro de su madre, de no haber visto su cuerpo y de no haberse detenido frente al féretro negro. Se le acusa de no querer a su madre. Pero Meursault sí la quería. La quería como todo el mundo quiere a su madre. Acepta no creer en Dios, y se le acusa de no creer en Él, de no arrepentirse, y de no creer que Dios podría perdonarlo por su crimen. Se le acusa de empezar una relación con María al día siguiente de la muerte de su madre. Se le acusa de aceptar beber café frente al cuerpo muerto de quien le dio la vida.  Se le acusa de tener un vacío en el corazón, que pudiera ser un abismo para la sociedad.

Y entonces, mientras su proceso jurídico se decide, Meursault pasa días y noches en la cárcel. Desde la última vez que María lo visitó, cuando prometieron que en cuanto él saliera se casarían, la celda se ha hecho su casa. Por las noches le corren chinches por el rostro, le atormentan los pensamientos de hombre libre, porque ahora le han privado del cigarro y de la libertad. Pero sabe que uno termina acostumbrándose a todo, incluso a pensar como un hombre preso.

Lo visitan el deseo y la imagen de mujeres que llenan la celda y lo desequilibran. Duerme hasta dieciocho horas por día. Y cuando está despierto pierde el tiempo recordando todos los detalles de su memoria o releyendo el recorte de un periódico con la historia del asesinato de un hombre checoslovaco. Las noches se llenan del ruido de la cárcel, del ruido del silencio, y del sonido de su voz, que habla con él mismo y que le recuerda que nadie puede imaginar las noches en la cárcel.

Las pretensiones del Procurador, que representa al pueblo francés, son afirmar que el crimen de Meursault fue premeditado. Que él no pudo haber vuelto con un arma hasta el lugar donde estaba al hombre árabe, haberle disparado una vez, luego esperar unos segundos y luego disparar cuatro veces, y no saber lo que estaba haciendo. Sus acciones eran premeditadas. Eran las acciones de un hombre insensible, sin alma, sin alma en lo absoluto, que no podía recibir ningún sentimiento moral de la sociedad. Eran las acciones de quien había enterrado a su madre con corazón de criminal. Acciones que ameritaban cortarle la cabeza, en nombre del pueblo francés.

Después de dictada la sentencia, Meursault encuentra la decisión como algo que no parece serio, pero que es tan real como las paredes de la celda que es su casa. Después de rehusar las palabras de un capellán, que hace un intento por hablarle de Dios y de que se arrepienta, Meursault concluye que si uno debe morir no importa cuándo ni cómo, que la vida no vale la pena vivirse, que la historia siempre ha sido y será así: miles de hombres que mueren y seguirán muriendo. Y termina por aceptar la sentencia y por perder la esperanza, pues sabe que va a morir por entero y para siempre. Y sólo espera que el día de su ejecución lo reciban gritos de odio, de espectadores que viven en un mundo que ahora le resulta completamente indiferente.

Meursault no sólo es el personaje de esta novela. De alguna forma encarna los valores del mundo, el sentir de una generación, la búsqueda por la esencia humana, la pérdida de coherencia moral, la falta de sentido a la existencia, o alude al absurdo de vivir.

La palabra existencialismo ha sido tan utilizada, y en tantas distintas áreas del conocimiento, que puede ya no significar algo, y más bien puede significar nada. Los existencialistas ateos parten de una premisa fundamental: la existencia precede a la esencia. O lo que es lo mismo: hay que partir de la subjetividad. Si no existe un Dios creador que haya pensado al ser humano y que haya pensado a cada uno de los hombres y cada una de las mujeres en su especificidad, entonces la esencia humana no puede preceder a la existencia. Nadie nos ha pensado.  Nuestra conciencia es una nada que recibe e interioriza del mundo todo su contenido.

Si Dios no existe y, efectivamente, la existencia precede a la esencia, existe algo que no pude ser definido con ningún concepto previo: el hombre. Éste no puede ser conceptualizado previamente, porque  sólo después de que el hombre existe, surge en el mundo y se encuentra, es cuando se puede definir. El existencialismo no puede definir al hombre porque éste empieza por ser nada. Y después, cuando el hombre sea lo que se haya hecho de sí mismo, entonces podrá definírsele, y siempre de acuerdo a aquello que haya hecho de sí. Por eso, y de acuerdo al principio fundamental de la filosofía existencialista, “el hombre no es otra cosa que lo que él se hace.”  Existir es lanzarse y proyectarse hacia el porvenir. El hombre es el proyecto que vive. El hombre no puede ser si antes no ha proyectado lo que habrá de ser.

Además, si en verdad la existencia precede a la esencia, el hombre es responsable de lo que es. Es responsable de sí mismo, pero también de todos los hombres. Cuando el hombre se elige a sí mismo, cuando elige el proyecto que habrá de ser, elige también a todos los hombres. Y al crear su ser, crea también una imagen de lo que considera que el hombre debería de ser. El existencialismo considera al hombre responsable de sí mismo y de todos porque al crear la imagen del hombre que él cree que debería de ser, elige a la humanidad entera y, por lo tanto, nunca podrá eliminar el sentimiento de responsabilidad que este elegir conlleva. Si al elegir  se libera, el hombre carga con la responsabilidad de ser libre porque, a pesar de que no ha elegido nacer y crearse, por el hecho de existir en el mundo es responsable de todo lo que hace.

Si Dios no existe, ¿qué pasa? ¿Desaparecerían todos los valores de moral? Si desaparecieran todos los valores morales ¿no desaparecerían las sociedades, la civilización o el mundo? No. No desaparecerían los valores de moral ni las sociedades ni la civilización ni el mundo. Se encontrarían las mismas formas de honradez, progreso y humanismo. Y Dios será una hipótesis superada por sí misma, que morirá en la historia. Pero negar la existencia de Dios es aceptar que todo está permitido. Y el existencialismo considera que si Dios no existe, que si la existencia precede a la esencia, que si todo está permitido, entonces el hombre no puede ser determinado. Entonces el hombre es libertad.

Si el hombre no puede ser determinado, no hay ninguna moral que pueda determinar el valor de un sentimiento. El sentimiento se construye a través de acciones realizadas, no hay ninguna moral a la que podamos acudir que nos indique qué es lo que debemos de hacer o sentir. El mundo no tiene signos. En el mundo no puede afirmarse, no puede estarse seguro. No puede porque los hombres son libres y mañana decidirán libremente lo que el hombre del mañana será. Mañana, la verdad humana podría ser el fascismo.

El existencialismo considera a la moral una elección que debe ser comparada con el arte. El artista que hace una obra de arte, hace solo y precisamente lo que haya hecho. No hay valores previos en su creación y no se le puede juzgar sino hasta que ha sido realizada. Precisamente porque se trata de actos de creación e invención, en el arte y en la moral no es posible decir lo que uno debe de hacer.  Al igual que el arte o la moral, que no se hacen sino hasta que se eligen, el hombre se hace cuando elige su moral y su compromiso. Comprometerse a su proyecto con sinceridad, elegir libremente la situación que él mismo será, es también elegirse a sí mismo por encima de los otros. Y por lo tanto no se admite que un hombre acuse o justifique su elección de proyecto por una pasión o por algún determinismo. Para el existencialismo, las pasiones no conducen a los hombres a la acción. Los hombres son responsables de sus pasiones.

El existencialismo declara que sólo hay realidad en la acción, que el hombre no es otra cosa que su proyecto, que el hombre no existe si no se realiza y que el hombre no es sino lo que sus acciones y su vida sean. Por eso, el existencialismo rechaza inclinaciones, disposiciones o posibilidades que dan un valor previo. Así, para el existencialismo sólo existe el amor que es manifestado, el amor que se construye y se hace.

Si el tipo medio del ser existencialista es el de alguien sin coraje, débil o cobarde, es por una herencia histórica. Porque el medio en el que se desarrolla la acción, un grupo o la sociedad, le ha permitido sentirse seguro de sí mismo. Seguro de su cobardía o su debilidad o su falta de coraje. Pero el existencialismo declara que el hombre es cobarde porque así se ha construido a través de sus actos. El hombre se define a partir de sus actos, y por lo tanto existe la posibilidad de dejar de ser. Existe la posibilidad de dejar de actuar como un cobarde o un débil o un falto de coraje.

Para el existencialismo, el hombre piensa y luego es. Y al pensarse, se capta a sí mismo frente al otro. Y al captarse a sí mismo frente al otro, descubre que los otros son la condición mínima para su existencia. El otro es una libertad frente a la propia, sin la cual el hombre no puede ser nada. Sólo es algo en tanto que los demás se lo reconozcan.

Si no existe un Dios creador, debe de buscarse una nueva esencia humana. No puede ser una naturaleza humana (porque precedería a la existencia), pero puede ser una condición universal humana. Un mundo que el existencialismo llama la intersubjetividad.

No es posible encontrar en todos los hombres una misma esencia. Sin embargo, y a pesar de que es la historia quien somete a los hombres a circunstancias o experiencias distintas, todos están en el mundo, están trabajando, están en medio de los otros y están esperando la muerte. El mundo, el trabajo, los otros y la muerte son límites objetivos de la existencia. Pero como el mundo, el trabajo, los otros y la muerte deben de ser vividos, son también límites subjetivos, y no son sino hasta que uno  los vive. Todos, al proyectar su ser, al existir, buscan traspasar esos límites. Y por lo tanto, es comprensible pensar que todos los proyectos de todos los hombres comparten esa universalidad. Todos los proyectos, a pesar de su diferencias, construyen la universalidad del hombre. Cuando el hombre se elige a sí mismo, construye lo universal; cuando el hombre comprende el proyecto de ser de otro hombre, también construye lo universal. Todos los proyectos son hombres que eligen ser libres, que eligen ser su proyecto, que eligen su esencia.

La libertad se quiere libre pues es el fundamento de todos los valores y de todos los actos de quienes viven en su búsqueda. Desear la libertad es reconocer que nuestra libertad depende de la de los otros, y que su libertad depende de la nuestra. Por eso no es posible sólo querer la propia libertad.  En nombre de la voluntad de la libertad se debe querer como fin  la libertad de los otros, tanto como la propia. Si lo anterior es auténtico, que todos los hombres son seres libres que no pueden más que querer su libertad y la de los demás, entonces la esencia humana es la libertad.

Si Dios no existe (y supuestamente Dios fue el encargado de inventar los valores de moral), los valores han sido inventados por el hombre. Decir que los valores no son naturales sino históricos, es afirmar que la vida no tiene un sentido previo. Que son los hombres quienes dan sentido a su existencia. Y elegir un valor es elegir un sentido; es encaminarse hacia algún fin. Pueden existir diversos tipos de moral, pero si cuando se acciona se inventa, y se hace siempre por y para la libertad, es posible crear una comunidad humana.

El existencialismo nunca toma al hombre como fin, pues éste siempre se desarrolla al realizarse. El humanismo del existencialismo ve al hombre como un proyectándose que le hace existir, como un proyectándose que persigue trascender y rebasarse a sí mismo, que no se encuentra encerrado, sino en relación presente con un universo humano. El humanismo existencialista recuerda que el hombre es su propio destino, que el hombre se realiza como humano cuando busca fuera de sí, cuando se libera.

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Diego Puig

BIBLIOGRAFÍA

Jean Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo.