Werner Herzog me parece uno de los mejores directores de cine que existen. Estoy seguro de que no he visto el trabajo ni de la quinta parte de todos los directores de cine que existen, pero de todas formas lo pienso. Me gustan sus películas casi tanto como sus documentales. Y me gustan porque las vidas que cuenta, las realidades que retrata, los personajes o a quienes entrevista me parecen siempre historias que se cuentan a sí mismas, y que por eso son de las mejores. Son historias auténticas que buscan siempre transmitir alguna verdad con personajes auténticos y vidas dramáticas de fracasos, de sueños y pasiones enloquecidas. Es arte que no degenera los sentimientos. Son retratos del mundo en su variedad, belleza y majestuosidad, y también en su  injusticia, incomprensión y absurdez. Se hace inevitable, al final de una película o de un documental, tener que reflexionar un buen momento acerca de todo lo que acabas de dejar de ignorar. Aquí, algunas ideas sobre dos de sus películas, y algo de algo sobre algunos documentales.

 

Fitzcarraldo es la historia de un alemán enloquecido por la ópera que quiere construir un Palacio para escucharla en las selvas de la amazonía peruana. Y para financiar su construcción decide explotar una nueva zona de la selva donde crece el caucho y a la que no es posible acceder al menos de que uno cruce una montaña en barco.

Para llevar a cabo su sueño, llega a un acuerdo con los indígenas de la selva, que le ofrecen su trabajo para subir el barco por la cuesta de la montaña a cambio de hielo y de ópera.

El sueño de alcanzar esta nueva zona, parece más bien la obsesión enloquecida de Fitzcarrlado por superar la adverisdad de la selva, por penetrar lo impenetrable, por llevar su perdición de la ópera hasta los rincones más remotos de un mundo que nunca antes la ha escuchado. Klaus Kinski aparece con mirada y rostro ezquizofrénico, navegando las aguas del Amazonas, escuchando cómo la ópera de Enrico Caruso llena el espacio de la selva peruana.

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La perdición de Fitzcarraldo no es como la de un hombre que se suicida porque lo despidieron de su trabajo o porque encontró a su esposa cogiendo con su padre, es una perdición de amor hacia algo que resulta inexplicable. La razón de su perdición pudiera ser la ópera o sólo una locura perdida y sin rumbo, destinada a la nada; o puediera ser una locura por crear una verdad, por hacer de la ópera que llena los espacios de la selva una verdad. La verdad de escuchar a la ópera en la selva.

La película también es un retrato de la selva en su mayor esplendor. Herzog ve a la selva como un ambiente de obscenidad, de violencia que crece sofocada entre la infinidad de plantas que, como todo, se pudren en la miseria. Es el lugar donde la creación no se ha finalizado, es la naturaleza de tiempos prehistóricos. Es la tierra que Dios, si existe, hizo con ira.

En la selva todas nuestras pretensiones humanas suenan y sólo son mal pronunciados e inacabados enunciados de una barata y mal escrita novela suburbana. En la selva, como en el universo, no hay orden. No hay armonía como la concebimos.

http://www.youtube.com/watch?v=3xQyQnXrLb0

El lugar donde sueñan las hormigas verdes trata la historia de un conflcito entre los dueños de una empresa capitalista, que realiza con explosivos pruebas geológicas en territorios del desierto australiano, y la tríbu de aborígenes nativos, para quienes en su religión y cosmovisión estos territorios son lugares sagrados. Ahí, donde los científicos quieren explotar la tierra y analizar si en el suelo existen minerales que puedan venderse en el mercado, es el lugar donde sueñan las hormigas verdes. Y la destrucción de este lugar significaría el enfado de los dioses y el fin del mundo como lo conocemos.

Es el encuentro injusto entre dos mundos. Uno es el supuesto mundo del progreso económico, el de una civilización que supuestamente ha tenido un desarrollo racional. Pero más bien es una cultura que se destruye a sí misma. Que los lleva a todos a dejar de crear sus vidas para que en cambio se dediquen a consumirlas. Una cultura que se asienta sobre la especulación del futuro y que trata de imponer, como verdades absolutas, a sus leyes pretensiosas de dinero y explotación. El otro es el mundo de quienes viven con la tierra y saben que la tierra ha estado viva desde hace mucho tiempo atrás. Y cuando escuchan el viento, piensan en todo el tiempo que llevaba soplando antes de que ellos lo pudieran escuchar.

El encuentro injusto entre estos dos mundos es absurdo. Mientras hay quienes son despojados de sus tierras que son su identidad, se escucha en una radio la narración del gol de Mario Alberto Kempes, que le dio el triunfo a Argentina en el mundial de 1978. Mientras unos construyen supermercados en los que venden cosas que son necesidades impuestas, otros piensan que donde los han contruido es el lugar donde los padres han de soñar a sus hijos.

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El científico que lidera la investigación y las explosiones busca hacer un descubrimiento para la ciencia. Lograr aportar algo para comprender el universo, que le cautiva porque entiende que todo está en movimiento. Sabe que las estrellas se dirigen a velocidades increíbles hacia los límites del universo, sabe que la tierra es redonda y ha estudiado geología y los sustratos terrestres. Pero no logra comprender cómo puede la tierra sostenerse en el universo y cómo podemos nosotros estar quietos en todo ese flujo de energía. Y sin embargo, desearía ver al mundo con la claridad con la que el aborigen lo ve.

El aborigen no encuentra sentido a lo que el científico le dice. Su búsqueda es por conocer lo inalcanzable “Ni argumentos ni sentido, los hombres cristianos”. En su búsuqeda por comprender lo inexplicable del universo olvidan que la tierra es donde estamos vivos y que las hormigas llevan soñando desde antes de que ellos estuvieran ahí, y ellos llevan ahí cuatro mil años. Pobre del hombre blanco al que le es muy fácil pensar que el que no piensa como él piensa mal. Y pobre del hombre blanco que en su búsqueda por comprender lo incomprensible se dedica a destruir la tierra como si fuese suya.

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Hay quienes escriben en la historia aquellas imágenes que los hacen sentir vivos, esas imágenes a las que muchos llaman momentos de vida. Pero hay otros que parecen escribir sólo para recordarse vivos en el mundo, y más bien no escriben sino que sólo observan para entender. Herzog me parece ser uno de ellos: observa la realidad y la retrata tal como la entiende.

En algunos de sus documentales, hace retratos profundos sobre la naturaleza y su comportamiento. Pero deja de lado todas las pretensiones de humanizarla: de pensarla como algo que tiene valores de moral o códigos legislativos o incluso un lenguaje comprensible. Es como si no estuviéramos ahí. Es tal como es: en su equilibrio y armonía que son sus aspectos más crudos y cruéles. Es en su propio lenguaje de naturaleza.

En la naturaleza, el equilibiro y la armonía existen, pero nacen del ambiente de verdadero caos y de asesinato colectivo en el que se desarrollan y luchan las especies para poder sobrevivir a su papel natural de no morir sin antes haber logrado reproducirse. Y en este ambiente de violencia hay, por ejemplo, pingüinos que se vuelven locos, que se desorientan y se dirigen hacia las montañas, y que no pueden evitar ir hacia allá: hacia el encuentro con la muerte. Y no hay ninguna explicación para saber por qué.

http://www.youtube.com/watch?v=SeSH80zfb5k

Sus documentales también muestran retratos íntimos de la relación entre el hombre y la naturaleza. Happy People: A year in the Taiga, una codirección con Dimitry Vasyukov – a quien Herzog nunca vio en persona y sólo por Skype-, es un retrato de la realidad de cazadores siberianos que viven en la aldea de Bakhtia, perdida dentro de una inmensidad de vida salvaje, y establecida en los linderos de un río que sólo es navegable durante el tiempo que dura el verano. Sus vidas se rigen, por completo, de acuerdo a las estaciones del año. Esperan la llegada de la primavera, pero el invierno no termina sino hasta mayo. En mayo también es el mes en que celebran el fin de la Segunda Guerra Mundial, y recuerdan a los millones de muertos. Es el mes en el que el hielo apenas empieza a desaparecer, en el que todavía los lagos siguen congelados y la tierra cubierta de nieve, pero ya aparecen en el cielo las primeras aves que vuelven de sus vidas en el sur.

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Su supervivencia depende de su capacidad para transformar la naturaleza. Excepto por algunas sierras y vehículos para cruzar la nieve, todo lo hacen siguiendo antiguas técnicas y tradiciones, que estaban antes de que ellos las utilizaran y que han sido perfeccionadas a lo largo de siglos. Gracias a ellas construyen sistemas de trampas que matan a las presas instantaneamente, cortan árboles enormes, revisando la dirección de las fibras de la madera, y hacen tablas que convierten en esquís para poder deslizarse por la superficie de la nieve invernal. Otros hacen canoas para recorrer los ríos, pescar y cazar patos.

http://www.youtube.com/watch?v=29tcRQwCf1Q

En verano, cuando por fin hay algo de sol y hay hasta veinte horas de luz, cuando todo reverdece y la vida abunda, hay nubes de moscos que todo el tiempo se escuchan y que se comen la sangre de los perros huskys o encuentran cómo meterse por entre la ropa y pican en el cuello. También en verano los visita un político, que sólo les ha recordado para ir a comprar su voto y les lleva la corrupción del mundo civilizado. Pero además de regalarles sacos de trigo, los deleita con un pequeño show en el que él mismo canta y es coreado por tres porristas rusas que bailan sobre la cubierta del barco.

Los cazadores  viven de acuerdo a la dignidad de la naturaleza y desprecian a los que cazan o que pescan demasiado. Son plenos conocedores del ecosistema en el que viven y no dependen de nada más que de su capacidad para mantenerse con vida.  Cuando ha llegado el invierno y abandonan la aldea para irse a cazar, los cazadores se convierten en lo que en verdad son: gente feliz. “Acompañados sólo por sus perros, viven de la tierra. Son completamente autosuficientes. Son verdaderamente libres. No hay reglas, no hay impuestos, no hay gobiernos, no hay leyes, no hay burocracia, no hay teléfonos, no hay radio; equipados sólo con sus valores individuales y sus estándres de conducta.”

La libertad abre consigo la posibilidad de plenitud de existencia, pero también deviene de un proceso de individualización en el que nos terminamos de reconocer en soledad en el mundo. No existe mayor imaginación que la de pensar que uno mismo es otro, la de negar que la muerte existe, o que el mundo no vive en incertidumbre. La de ignorar que nuestra vida es consecuencia de nuestras acciones y que queramos aceptarlo o no, ocupamos un lugar en el todo.

Herzog, en un documental en el que cocina y después se come su zapato, dijo que las películas nos dan entendimiento. No son capaces de cambiar la forma de pensar o de generar revoluciones. Pero pueden cambiar, a pesar de su absurez, nuestra perspectiva y pueden ser valiosas a largo plazo. Dijo que la civilización necesita de imágenes adecuadas. Y la civilización está condenada a morir, como los dinosaurios, si no hace un lenguaje o imágenes adecuados. Para él, no hemos comprendido que no tenemos dichas imágenes. Y su trabajo como director de cine es crear una nueva grámatica de imágenes.

http://www.youtube.com/watch?v=O6e-1aZ8yj4

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Diego Puig