En el Defe, los días de la Semana Santa son sinónimo de euforia vacacional y las casetas de las salidas a Puebla, Cuernavaca o Toluca se atascan de coches que forman interminables colas, todos con el objetivo de abandonar la ciudad para ir a aglutinarse a los destinos turísticos más cercanos a la capital, y dentro de los cuales viajan familias enteras que comen tortas y también tamales y beben refrescos y que como este año pasó pueden encontrarse con imprevistos, como las marchas que bloquean la carretera casi entrando a Chilpancingo, y pasar más de seis horas estacionados debajo del sol guerrerense que calienta los cofres de los coches a tal grado que uno podría comprobar el mito de que sobre ellos se puede freír un huevo. Los estudiantes y los niños salen de vacaciones y olvidan a los maestros y los exámenes. Algunos sueñan con las playas de Acapulco, donde los periódicos reportan 95% de ocupación hotelera y donde se implementan especiales medidas de seguridad para cuidar a los turistas que se remojan en aguas de la bahía y de albercas que se transforman en un caldo humano donde surgen micoorganismos desconocidos para la ciencia.

Afortunadamente, la huída de los que vacacionan hace la ciudad a una medida más cómoda. Las calles se ensanchan, los ruidos desaparecen, el tráfico casi ni existe e incluso las distancias vuelven a medirse en tiempos racionales. Además, el aire es tibio, es marzo y hay jacarandas floreadas en el cielo y en los edificios de concreto. Sólo hay que evitar algunas zonas en donde y en tanto que las fiestas deben de santificarse el gobierno de la delegación cierra algunas calles, monta toda una feria en la que hay juegos mecánicos en formas de dragones pintados con aerosol en colores psicodélicos, y pasar por ahí es encontrar el fantasma inminente del lunes de regreso a clase

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Praga,1914. Josef K., trabaja como apoderado en un banco de renombre. Despierta la mañana de un día y aparecen en su casa dos sujetos misteriosos, con rostros desagradables y vestimentas obscuras, que sin contestar ninguna pregunta, le dicen que se encuentra bajo un proceso. Que no está arrestado y que por tanto puede realizar su vida libremente. Sólo eso le dicen: ha comenzado el proceso. Ignora quiénes son aquellos que le acusan, para quién trabajan, a qué tribunal representan o incluso de qué le acusan. Así se desarrolla toda la novela: el encuentro de K. con personajes que revelan ciertos datos sobre el proceso, del que sólo sabemos que ha comenzado y que cada vez es más misterioso.

Desde mi lectura, para K., cuya conciencia cada vez se deshace más en miedo e incomprensión, en misterio y obscuridad, en mentira y verdad, la realidad se desarrolla mezclando aspectos objetivos y aspectos producto de la locura del miedo. En la pared del despacho de su abogado —un tipo al que debe otorgarle su destino y confianza, y el cual se encargará no sólo de llevar el proceso, sino de encontrar formas para que el proceso se resuelva y K. resulte inocente de un crimen que ni siquiera él sabe cuál es— existe el retrato objetivo de un juez miembro del tribunal que decide el destino de su proceso. Pero la imagen sólo la ve él. El juez se encuentra sobre una silla y pareciera que le mira sólo a él, y su mirada de odio provoca más miedo porque pareciera que se levanta de la silla y que sus manos se aferran con fuerza al odio de su mirada. Si además agregamos el hecho de que el abogado, al cual nunca se le pude ver completamente el rostro, se encuentre en un estado convaleciente que le provoca no poder atender ningún asunto, y que las horas cuando lo visita siempre son de noche y sólo alumbra la luz de una vela, toda la realidad se vuelve un misterio. Toda la realidad se vuelve el proceso.

Vive en la incertidumbre de no saber de qué se le acusa, en quién sí debe confiar, en quién no, cómo se trata con los abogados, en fin, cuál es el proceso del proceso. Hay que añadir las características misteriosas de los personajes, que en ocasiones aparecen mientras K. reflexiona en su despacho de las oficinas bancarias, y los escenarios, que suelen ser espacios cerrados con ranuras da través de las cuales se filtra luz y sonidos de risas y rumores.

La historia es un reflejo del poder que la ley puede tener sobre los seres humanos. El sistema nos reduce a meros derechos escritos en códigos que regulan nuestras acciones. Y para poder siquiera intentar conseguirlos, debemos de cruzar por un aparato burocrático, que vive sólo del dinero y que puede incluso enloquecer a la conciencia.

En un momento de la historia, otro personaje le cuenta a K. una parábola. Un hombre llega ante la puerta de la ley y le pide entrar. Pero el portero dice que en ese momento no puede, por ahora no es posible dejarlo entrar. El hombre dirige una mirada hacia el interior de la puerta y después de que el portero le dice que es imposible pasar, puesto que en su interior existen más porteros que son más poderosos, se resigna a aceptar que no puede entrar en la ley, a pesar de que ésta siempre debe estar abierta y siempre ante todos, y decide esperar el momento para entrar durante días y años.

Después de días y años, y después de que el hombre ha olvidado que en el interior de la ley hay más porteros y que la ley no es sólo el portero y su puerta, el hombre se deteriora y está a punto de morir. No ha podido cambiar la opinión del portero y con su último aliento le pregunta: ¿cómo es posible que durante todos estos años sólo haya sido yo el que ha venido para entrar en la ley? Y el portero contesta: “nadie más podía tener acceso por aquí, pues esta entrada estaba destinada sólo para ti. Ahora me voy y la cierro”.

A primera instancia pareciera que el engañado es el hombre, que el portero lo ha engañado y sólo le ha revelado el secreto cuando era imposible hacer algún cambio. Pero después de analizar la parábola, K. se da cuenta que ambos son engañados. Ambos viven en la mentira. Por una parte, el hombre muere esperando que le digan cuándo podrá entrar en la ley. Por la otra, el portero sólo es un empleado de la ley que ignora de ésta todo,  excepto el camino que ha de tomar para llegar todos los días hasta su puerta. Es ingenuo en los aspectos que están detrás de su puerta y sin embargo, es menos libre que el hombre que espera una eternidad para entrar por ella. El hombre podría hacer todo excepto entrar en la ley. El portero cumple una labor y está sujeto a aguardar en la puerta. Tampoco puede entrar en la ley, pero no puede hacer nada más. Si el portero también vive en el engaño de la ignorancia y el miedo a los demás porteros que son más poderosos que él, ambos, el hombre y el portero, complementan su engaño y “la mentira se convierte en el orden universal”.

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La ley es una mentira. En la ley existen dominantes y dominados, burócratas e ignorantes. La ley provoca miedo. La culpa, no se sabe si es de quienes la ejercen o de las leyes en sí; no se sabe si ellos sólo trabajan y mantienen a sus familias y también son ignorantes, o si la ley los ha trastornado en herramientas y engranes de un sistema que compite enloquecidamente en una carrera para poder acumular más riqueza. Pudieran ser ambos.

Sea como sea, la ley es real. Existen quienes las escriben, y quienes actúan de acuerdo a las leyes, y quienes pueden usar la fuerza física protegidos por la ley; y también quienes la violan, y también quienes las deciden, y también quienes se enriquecen con la ley, y también quienes viven en la miseria por la ley. La ley existe sólo gracias al lenguaje, que es expresión de nuestra conciencia, que siempre podemos cambiar.

Habría que pensar y conceptualizar de una nueva forma la realidad para poder intentar cambiarla. La realidad necesita de alguien que la piense. Que la recree en el paso del tiempo. Una conciencia que la conceptualice en la historia. Los conceptos están compuestos por abstracciones de la realidad, pero si no existe una conciencia que piense la realidad, lo objetivo carece de todo sentido. Por lo tanto, el sentido de lo objetivo responde a la conciencia. Y si se lograra un cambio en la conciencia, ¿no podríamos darle un sentido nuevo a cosas que quizá lo necesitan? ¿No sería necesario conceptualizar, por ejemplo, lo que significa ser humano?

Las sociedades se construyen a través del lenguaje. El lenguaje es la expresión de nuestro pensamiento y nace de nuestra interacción con otros. En la forma en la que nos comunicamos con el otro se refleja lo que pensamos de él. Y basta escucharnos un momento para darnos cuenta que el otro siempre refleja nuestro infierno. Que el otro es el productor de nuestro miedo. Que somos envidiosos del otro que logra su libertad. Que el otro es culpable de que nosotros no podamos desear nuestra libertad, y por lo tanto es el culpable de que no podamos alcanzarla. Pero ignoramos que si el otro tiene cualquier poder sobre nosotros, es porque nosotros se lo damos. Que la libertad se alcanza al desearla, pero nos rehusamos a ser libres.

Cargamos con la responsabilidad de nuestra existencia en el mundo y en lugar de buscar hacer de ésta un estado de paz, nos hemos dedicado a generar un estado de guerra entre nosotros que pareciera ser nuestra esencia humana. Para mí, eso no es verdad. Si la esencia de nuestro ser aparenta egoísmo, guerra y miedo, es producto del verdadero deterioro de la sociedad. Nadie nace con miedo, ni psicópata, ni con ganas de no vivir. Hay quienes nacen en familias donde existe el hambre, hay quienes nacen en familias donde hay tres comidas diarias, hay familias judías, católicas o musulmanas, hay chamulas que viven en los Altos de Chiapas, hay más de un millón trescientos mil chinos. Hay de todo y todos somos distintos. Pero lo que es seguro es que todos somos la misma especie. Y todos nacemos en natural libertad. Nuestra esencia es la libertad, en la libertad está el amor. Sería necesario adentrarse en la esencia de nuestro ser. En última instancia, todos somos lo mismo: seres vivos bajo el sol, que sienten la tierra bajo sus pies, que viven eso a lo que cada uno llama vida.

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Diego Puig

*Dibujos del diario de Kafka. Algunos aparecen en las mismas fechas en las que escribió “El proceso”.