Hay muy buenos discos, muchos muy buenos discos. Cada año salen más muy buenos discos. Es inevitable, somos seres apasionados y creativos, a pesar de los que digan lo contrario. Después de todo, es un honor ser humano. Pero con todo y todo, hay muy pocos de esos muy buenos discos que guardamos en un lugar especial. Esos discos que son más que obra musical. Discos o canciones que pones como quien saca la botella champaña cuando se va a casar su hija o va a graduarse su perro.

Paul Simon recibió en los ochenta un cassette de los Boyoyo Boys, un grupo de afro-pop de Sudáfrica. Decidió viajar al sur de ese continente para intentar una colaboración musical con ellos. Pasó dos semanas en el estudio en Johanesburgo, colaborando con diferentes artistas, y regresó a Nueva York a editar esas sesiones en un álbum hecho y derecho. Así de simple. El disco, un esfuerzo de integración de pop y música tradicional sudafricana con las pinceladas de poesía y folk de Simon es uno de los mas grandiosos que se han hecho desde la revolución de la música popular del siglo pasado. Es difícil no abrirle la ventana del corazón y dejar que entre el viento, y que todos vean. Graceland es una de las obras musicales más conmovedoras que se han hecho.

Pero Paul tuvo el poco tacto político, o la mala fortuna de meterse en una tormenta de política internacional. El Apartheid fue un regimen igual o mas tóxico que el Nazi, pero como no amenazaba a Europa, no hubo acción militar contra este. Lo que logró Naciones Unidas fue imponer un boicot económico, deportivo y cultural. La idea era bloquear en todos los ámbitos al régimen Sudafricano para vaciarlo de legitimidad y lograr su colapso. Es debatible si estos esfuerzos fueron los que llevaron a la caída del régimen a principios de los noventa, o si fueron circunstancias ajenas al proceso (como la caída de la URSS), o si todo el mérito lo tienen las negociaciones internas entre los grupos en el poder y la resistencia pacífica de Mandela.

La cosa es que se movilizó la protesta política y se condenó por varios grupos el acto de Simon. Manifestaciones dentro y fuera de Sudáfrica e incluso amenazas de bomba durante la gira del álbum  Conferencias de prensa que se volvían debate político y un Paul Simon que, o cínico, o estúpido, no previó las consecuencias de sus actos.

Y es que, ¿Hasta donde puede un artista causar daños a terceros para lograr crear algo hermoso? ¿Es justificable violar una convención internacional incluso si se hace para celebrar la nación de los que están oprimidos? ¿Hizo eso en realidad Simon?

Cuando lo escuchamos, sin contexto, no hay ninguna sugerencia en la música ni en las letras que la obra sea algo político. No podemos ver el color de la piel de nadie, y la mayoría de los versos hablan de cosas intimas a Simon; cero causa social… solo música.

Podemos pensar que se aprovechó de los músicos africanos para vender millones. O ver la fábula del hombre civilizado que llega a rescatar al noble salvaje con su mano de midas. Se los lleva de gira para exponerlos como si fueran un King Kong anacrónico en un mundo globalizado. Otra cara del colonialismo que es racista e insulta. Podemos verlo así, pero… ¿Es justo?

El mundo sería un gran lugar si pudiéramos separar el arte de la política como hemos intentado separar la iglesia del estado. Y si la música puede hacer esto que sigue, estaríamos salvados.

Es que algo tan chingón no se puede dejar encerrado. Por eso, recomiendo las siguientes instrucciones: obténganlo primero; cómprenlo, bájenlo, grooveshark, youtube… Aquí está:

Pero aguántense, no sean atrabancados. Vamos en orden. Consigan una hora. No pueden hacer nada más, apaguen su celular. Los primeros cuarenta y cinco minutos son para escucharlo y los siguientes quince son para recobrar la compostura, limpiar los parpados y mejillas, y cerrar la bocota.

Los hombres que hacen lo que nos hace Paul Simon son buenas personas, no encuentro mejores palabras para referirme a ellos. Su voz, música y letra nos tiran al suelo varias veces para volver a subirnos a las nubes africanas. Es maduro sin perder lo infantil, que justamente es mi definición de sensato. Se compara con Astral Weeks, tal vez, en lo honesto que es.

Algo tan honesto no puede ni debe ser politizado, va en contra de su definición. No me refiero a que el arte no pueda manifestar su opinión política, eso es mas bien indispensable. Lo que quiero es que nunca mas la política pueda debatir sobre arte, no es su lugar.

Creo que, algún día, el viaje interestelar se volverá la norma para las futuras civilizaciones, y después de largos meses de travesía espacial  los hombres verán cómo el cielo se vuelve azul, e irán apareciendo las nubes blancas que los harán sentir esa sensación que sentimos al volver a casa. Así se siente escuchar Graceland. Surte el mismo efecto que el voltear a ver una galaxia que se muere en una esquina del cielo. Nos rebaja a lo mas básico y modesto, a lo que en verdad somos: changos capaces de ser conmovidos, y ya. Vayan, consigan ese tiempo, escuchen, déjense abrumar y vuelvan. El mundo será un lugar varias veces mejor cuando lo hagan.

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Jose L. Isoard es un prolífico escritor, cineasta, fotógrafo, actor, deportista, héroe, maestro cervecero  y medianamente buena persona.