“No existe algo así como una película anti-guerra” – François Truffaut

Basado en la frase que presento como epígrafe de este artículo, hace algunas décadas hizo Jean-Luc Godard una de sus obras cinematográficas mas curiosas, llamada Les Carabiniers(1963). La premisa de su colega, expandida, quiere decir que el cine es un medio artístico, y por lo tanto un medio de adornos, embellecedor, y que cualquier intento de hacer una representación negativa de la guerra en el cine iba fracasar inevitablemente, precisamente porque al volverla parte de un arte la está embelleciendo. Godard entendió esto, y se propuso doblegar la premisa. Así surge Les Carabiniers, una película de imágenes desagradables, aburrida, sin gran chiste. Una película cruda que representa la guerra en su estado mas salvaje y sin sentido. Si Godard logró hacer una película enteramente anti-guerra, eso está a discusión. Lo que sí logró es una película horrible.

Saltamos en el tiempo a 2012. Una era de fórmulas, como todas, pero de producción masiva, chatarra. De emociones que se neutralizan unas a otras todo el tiempo. En este contexto sale al cine un trabajo, no de Hollywood pero casi. Dredd es una película basada en los personajes de un comic, como tantas. Heroe enmascarado, como tantos. En un mundo corrupto y sin ley, como tantos.  Violencia embellecida.

La diferencia de Dredd con todas éstas es que detrás de la mascara no hay nadie. No hay Brunos Díaz, ni Peter Parkers. No hay contrastes entre personas ni dilemas existenciales. Si un protagonista es uno que cambia a lo largo de la historia, el Juez Dredd es el mínimo denominador de ellos. Uno se pregunta de dónde sale en el público afección por un personaje con nada aparentemente humano, fuera de una fuerte y nada refinada voluntad de seguir con su proyecto. En ese sentido, Dredd es un megamotor. Un héroe que entendió que siendo vulnerable no se obtiene nada, un personaje de one-liners sarcásticos que sacuden su mundo. Juez, Jurado y Verdugo.

Y volvemos al punto de la introducción. Es justamente en el ámbito de violencia embellecida donde esta obra muestra su mayor fortaleza. La Revolución 3D (por llamarla de alguna forma) llega a un punto digno en la representación de la violencia. Dredd combate una droga “Slo-Mo” que hace que el tiempo pase a un 1% de su velocidad. “Slo-Mo” parece más un pretexto del cineasta Pete Travis (había que mencionar el nombre del director por lo menos una vez) para lograr imágenes brillantes, colorídas y perversamente hermosas de un gore exquisito. Si Godard quizo embrutecer lo bélico, Dredd lo abraza como nunca nadie antes lo había hecho. Ese aspecto técnico de la película que nos hace tirar la mandíbula al suelo e ignorar las grandes cantidades de saliva que se derraman de nuestras bocas.

Hipérbole de todo lo contenido en la historia del héroe. Dredd como hombre de principios, en donde su sentido de las reglas es lo único presente; el mundo un cuchitril de corrupción y crimen; una villana cruel (imposiblemente fundada en Patti Smith por Lena Headey, actriz que la interpreta); que explora lo improbable de la historia de cualquier héroe: sarcástica, burlona, cruda. Un protagonista que no cambia, aunque sí: al final uno de sus one-liners contradice fundamentalmente algo que dice al principio. Eso es lo más cercano que tenemos a una historia dentro de las formulas en las que la conocemos.

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Tino Alvarado