Julio Cortázar (Bruselas, 1914 – París, 1984) fue uno de los más grandes y reconocidos escritores de la lengua hispanoamericana del siglo XX, a tal grado que la literatura de esta lengua no sería lo que es sin sus obras. Hijo de padres argentinos, vivió con ellos la infancia en Argentina, y posteriormente pasó la mayor parte de su vida en la capital francesa, escuchando jazz y recorriendo y fotografiando las calles parisinas, donde trabajó como traductor.

Cortázar dijo algo en Sobre el cuento; éstas, unas palabras.

El texto está dividido en ocho subtítulos. En cada uno de ellos Cortázar se refiere a la idea del título correspondiente. Nos aclara: el cuento no tiene leyes predeterminadas sino quizá puntos de vista, la idea de un cuento lo invade como escritor y con tener un título puede saber que tendrá un cuento, y que, aunque es exagerado, se puede decir que los cuentos breves logrados son resultado de hombres que exorcizan criaturas invasoras y se deshacen de ellas de manera neurótica. “Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco.  Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.”

Para que un cuento sea bueno es necesario que la narrativa trate una tensión. Y que desde las primeras páginas ésta nos atrape, creando un clima que nos obligue a seguir leyendo, aislándonos de los eventos y los escenarios de la realidad de la que no podemos salir nunca, para sumergirnos en el cuento y dejarnos seducir por la expectativa de la historia, por el placer de seguir una historia hecha de imágenes con palabras. Un buen cuento nos conmueve. Su narrativa prescinde de grandes medios y aún así logra presentarnos lo imprevisto dentro de lo previsto; prescinde de lo acumulativo porque sabe que el tiempo no es su aliado. Debe ser breve y como una esfera: todos sus elementos tienen que estar dentro de límites precisos. Se trata de hacer sentir al lector:

“Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial.”

Un buen cuento, además, no impone una jerarquía entre sentido, ideas y ritmo. El ritmo es fundamental en el cuento. Debe ser quien lleve de la mano al lector, y es quien debe hacerle sentir la tensión de la historia cuando le aprieta los dedos. Cortázar piensa que si el ritmo recae en lo prosaico, entonces el cuento habrá fracasado, y se habrán perdido, junto con el ritmo, el sentido y las ideas.

Dice Cortázar que “(…) un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia.” Se trata de un buen tema porque éste es elección del cuentista, que se conoce y se sabe medio y vehículo para que el tema del cuento se exprese a través de él. El cuentista, como fotógrafo, necesariamente tiene que recortar la realidad y lograr, dentro de los límites de ese recorte, trascender espiritualmente lo abarcado. El cuentista como alguien que ejerce el oficio de escritor y que, por lo tanto, logra hacer salir al lector de sí mismo, lo invita y lo conmueve y lo vuelve partícipe de la historia, en atmósferas de tiempos y espacios condensados.

Nos sirve de ejemplo, para ilustrar lo anterior, un cuento del propio Cortázar: La noche boca arriba. Uno, como lector, se encuentra con una historia donde la vigila y el sueño se confunden y entretejen y crean la tensión que nos secuestra momentáneamente. La temporalidad y el espacio de la historia se llenan de abismos. No sabemos si el personaje despierta a la vigilia o si despierta de nuevo en un sueño. No sabemos si el sueño es la selva y la vigilia el cuarto del hospital. Porque los sueños huelen a guerra y a muerte y se sienten tan reales; porque un insecto de metal te zumbaba entre las piernas. No sabemos y sin embargo queremos seguir sin saber. Queremos seguir leyendo los sueños y despertando en el cuarto del hospital. Pero también queremos despertar en la guerra florida y soñar el absurdo sueño en el que luces verdes y rojas arden sin llamas ni humos. Y al final el cuento perdura en nuestra memoria, y su árbol da sombra a nuestro cuerpo acostado boca arriba.

Cortázar nos invita, con sus cuentos, a sentir y a entrar en realidades fuera de lo cotidiano. Su literatura nos hace pensar e imaginar distinto lo ordinario, haciendo de ello una fantasía. Y quizá dé cuenta de que en mundo como el de hoy, con excesos de información inasible, con realidades industrializadas, con falsas conciencias que viven para consumir y derrocharlo todo, con una explosión bibliográfica desenfrenada, la lectura no se trata solamente (o principalmente) de cantidad. No basta con haber leído mucho. Digamos que podríamos cuestionar si es lo más importante. Sí, hay que leer mucho. Pero quizá sea más enriquecedor valorar a la lectura por cómo nos hace ser, cómo actuamos después de que leemos, por cómo nos cambia y nos hace sentir, ver y deletrear al mundo; por cómo nos hace pensar, escribir y habitar el tiempo.

Un poema en su voz. ( http://www.youtube.com/watch?v=uqoqVv0ZR1Y )

Diego Puig